A FONDO


Pascencia, Salvador

La gente de papel es una de esas novelas capaz de sorprender a todo aquel que, sin saber muy bien a qué se enfrenta, la toma entre sus manos con cierta curiosidad y observa su extraña maquetación con recelo, temeroso ante la posibilidad de algún desvarío posmoderno, lee su extraña sinopsis, algún que otro extraño fragmento, y movido por esta curiosidad, tan sólo se deja llevar.

La gente de papel es una novela ambiciosa sin pretenderlo ni parecerlo, milimétricamente estructurada, repleta de personajes hipnóticos y de historias que atrapan al lector. En un complejo ejercicio metaliterario, Plascencia sale airoso del reto. La figura del creador (”Saturno es un tirano que ordena que la historia transcurra hacia donde él quiere”) y la de sus personajes protagonizan una batalla conceptual y metafórica. Los personajes de Plascencia han cobrado vida y se enfrentan contra Saturno, aquel que todo controla, como planeta y como creador de la historia. La imaginación del autor da pie a la creación de personajes como el de Baby Nostradamus, bebé omnisciente, bebé que sabe cómo termina la novela: con una frase simple y de seis palabras que dice: La tristeza no dejaría ninguna secuela. Ignoro si Plascencia pretende hacer en este caso una alusión a la repercusión de la novela (triste donde las haya) fuera del mundo que él con tanto esmero ha creado, pero la profundidad y complejidad emocional de los personajes probablemente sí que calen hondo en muchos de los lectores de La gente de papel. Mediante un juego de doble interpretación también podríamos considerar la tristeza como uno más de los personajes que transcurren por la historia, tan importante como cualquier otro. Personaje que influye sobre los habitantes de El Monte (lugar en que transcurre la historia) y provoca efectos secundarios tales como adicción a las quemaduras, a las limas o a las picaduras de abeja.

Ecos del realismo mágico de algunos escritores latinoamericanos (la sombra de Gabriel García Márquez es alargada) se mezclan con una historia increíblemente abstracta y personal al mismo tiempo. Tan verosímil resulta lo increíble que tras leer la novela podemos llegar a defender la existencia de los cirujanos de papiroflexia, la gente de papel o un lugar llamado El derramadero, en el cual todo se destruye inevitablemente excepto el plástico. Nos lo podemos llegar a creer como una de esas extrañas noticias que a veces vemos en la televisión o leemos en los periódicos, como una de esas noticias con las que inmediatamente empatizamos, como una de esas noticias que nunca pensamos que pudiesen ser ciertas pero lo son. La gente de papel es una lucha continua (tanto metafórica como literalmente hablando) de los personajes contra su creador. No es que lo busquen como en una referencia pirandelliana, sino que van más allá y lo intentan destruir. Una de las consecuencias de esta lucha es que el cielo se empieza a caer a pedazos. Cada uno de los personajes se protege de Saturno, planeta y creador, a su manera, como buenamente pueden. Little Merced, pequeña resucitada que huele a muerte y putrefacción, aprende de las enseñanzas de Baby Nostradamus para así poder convertir su pensamiento en opaco ante los ojos del todopoderoso. Su padre, Federico de la Fe, opta por las planchas de plomo, antaño caparazones de tortuga mecánica. Apolonio recurre a sus santos y pócimas y Merced de papel deja pasar a sus numerosos amantes en fila uno tras otro. Mientras tanto, el todopoderoso Saturno se acuerda de Napoleón y coge un taburete para acceder a los armarios superiores de la cocina, el corazón agrietado a causa de Camerún, a causa de Liz, a causa de la batalla contra el EMF y de toda la gente de papel que se ha ido desintegrando por el camino de la creación. Un debut literario sorprendente, arriesgado, único en su especie.

Marla, 6 de Junio de 2008

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