LATINAJOS


ALTIUS CITIUS FORTIUS

El Barón Pierre de Coubertin (1863-1937), pedagogo e historiador francés, había conocido en Inglaterra la singular doctrina del “Cristianísmo muscular”, que trataba de la búsqueda de la perfección espiritual por medio del deporte y la higiene. En su afán por divulgar estos métodos, crea sociedades atléticas en los institutos que se asocian en la Unión de los Deportes Atléticos y funda la primera revista dedicada al deporte: la Revue Athletique, logrando que el gobierno francés acceda a incluirla en sus programas de la Exposición Universal de 1889.

Pronto empieza a soñar con unir en una extraordinaria competición a los deportistas de todo el mundo, bajo el signo de la unión y la hermandad, sin ánimo de lucro y sólo por el deseo de conseguir la gloria. Así, viajó por todo el mundo hablando de paz, comprensión entre los hombres y unión, mezclándolo todo con la palabra Deporte.

Esculpida en piedra, sobre la entrada principal, la inscripción latina “Citius Altius Fortius” presidía el emblema de la Escuela Albert Le Grand. El Padre Dominico Henri Dideon, amigo personal de Coubertin, había estado en la Escuela y la inscripción le había calado hondo, tanto, que siendo ya Prefecto del Colegio de Arcueil (localidad cercana a París), usaba la frase para describir los éxitos atléticos de los estudiantes del colegio.

El 7 de marzo de 1891, durante el discurso de entrega de los premios anuales de la Asociación École Albert le Grand, a la que asistía también Coubertin, Dideon pronunció una vez más las palabras que serían difundidas por el Barón en la revista francesa Les Sports Athlétiques para impulsar su sueño.

Al fin, en la última sesión del Congreso Internacional de Educación Física que se celebró en la Sorbona de París, el 26 de junio de 1894, se decide instituir los Juegos Olímpicos con “Citius Altius Fortius” como lema oficial.

El 24 de marzo de 1896, día de Pascua de Resurrección, salvadas las reticencias de Alemania e Inglaterra, el Duque de Esparta, principe heredero de Grecia, tras un discurso, descubre la estatua del mecenas Jorge Averof (rico comerciante de Alejandría, a quien se debía la reconstrucción del estadio de Atenas). Es entonces cuando el rey Jorge de Grecia pronuncia por primera vez las palabras rituales: “Declaro abiertos los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas”.

Los primeros Juegos Olímpicos de la modernidad (Atenas, 1896), nacen pues como instrumento de la paz y de la concordia entre los pueblos, y su lema es símbolo de la superación que ha de tener todo ser humano, y sobre todo los deportistas. Este lema no se queda en la mera superación física, sino que va más allá, y trata de que el compromiso olímpico sea un germen para la paz y la concordia entre todas las naciones. Era algo semejante a lo que sucedía en la antigüedad clásica: cuando cada cuatro años se anunciaban los Juegos en Olimpia, se decretaba una tregua para que pudieran celebrarse con todas garantías, las guerra se dejaban de lado.

El 17 de junio de 1908, víspera de la jornada inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres, se celebraba en la catedral de Saint Paul un oficio religioso al que asistían los participantes y autoridades. En su sermón, el Arzobispo de Pensilvania, comentó: “En estos juegos, más que ganar lo importante es participar, como en la vida es más trascendente la manera de luchar que la victoria que se pueda conseguir”.

Esta idea agradó a Coubertin, quien durante la cena de clausura de los Juegos, celebrada el 25 de julio, la rescató para el Olimpismo con una dimensión formadora y educativa. “Lo importante es participar, más que vencer” fue la primera adaptación que hizo el presidente del Comité Olímpico Internacional, añadiendo para recalcar ese propósito: “Lo importante en la vida no es el triunfo sino la lucha, lo esencial no es haber vencido, sino haberse batido bien. Extender estas ideas es preparar una humanidad más valiente, más fuerte, más escrupulosa y por tanto más abnegada” y “recordad estas palabras, que se extienden a todos los terrenos, hasta formar la base de una filosofía serena y sana”.

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