LATINAJOS


ANIMULA VAGULA BLANDULA

No es casualidad que la Yourcenar eligiese la figura de este hispano para dar rienda suelta a sus delirios literarios. Recontar la historia no tiene ningún sentido si no hay un buen motivo, y Adriano es más que un motivo.

Hijo de una estirpe de senadores, Publio Elio Adriano, el joven Graeculus (”grieguecillo”), fue muy pronto llamado a Roma por su tío Trajano. Huérfano desde los nueve años, el hombre que sería emperador del imperio más grandioso de la antigüedad, fue un gran admirador de la cultura griega y responsable de la propagación del helenismo del mundo antiguo. Tras ser nombrado emperador, se dedicó a viajar levantando ciudades y construyendo calzadas a su paso, en clara disonancia con la política de conquistas seguida por sus predecesores.

Así, mandó terminar la construcción de un gigantesco templo a Zeus en Atenas, el “Olympieion”, levantando a su alrededor un barrio al modo romano de urbanizar, de manera que él pudiera igualarse al fundador mítico de Atenas. La nueva Atenas “romana” estaba separada de la antigua ciudad por un pórtico en el que había inscrito: “Esta es la ciudad de Adriano, y no la de Teseo”. Esta reelaboración de la legitimidad política en torno, no a la ciudad de Roma o de su Senado, sino a una cultura helénica común, presagiaba ya en cierta manera al Imperio Bizantino.

Se dice de él que conocía la fecha de su muerte, lo que le llevó a querer quitarse la vida varias veces, y lo cierto es que murió a los 62 años de edad retirado en la villa imperial de Baiae, cerca de Nápoles, tras padecer los grandes sufrimientos que le habían augurado. Murió odiado por el pueblo, a pesar de su excelente reinado, a causa de los asesinatos que había cometido injusta e impíamente tanto al principio como al final de su reinado. Sin embargo, para muchos historiadores el gobierno de Adriano fue la Era Dorada de Roma, entre los conflictivos tiempos de los primeros emperadores y la posterior decadencia del imperio ante las invasiones bárbaras.

Dejó escrita una Autobiografía, cuyos reflejos quedan en la Historia Augusta y en algunas otras fuentes, y, según dice Dión Casio, “una variedad de escritos en prosa y composiciones en verso”, de los que se nos ha conservado un único poema, redactado poco antes de su muerte: Animula, vagula, blandula, al que dio fama imperecedera la magistral recreación biográfica de Marguerite Yourcenar.

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